Antes de amanecer salgo de casa. Sé adonde quiero ir. Atravieso el pueblo por callejuelas solitarias aún y llego a la laguna de abajo. Se reflejan los chopos en el agua. Y ya estoy en el camino. Marcho primero entre olivares grisáceos y enseguida me encuentro la dehesa. A mi derecha encinas y encinas a mi izquierda. Este es mi mar, mi océano, esta mañana fresca.
La lluvia fina humedece el pasto amarillo y seco. Vientecillo increíble en este caluroso agosto. Al sol le está costando abrirse paso entre las nubes densas. Y mis pies se acompasan al ritmo de las avemarías. ¡Qué calma transparente invade estos momentos ¡
Voy sola en el camino respirando silencios, ladridos y silencio, esquilas y silencio, truenos lejanos y silencio, pasos y silencio, recuerdos y silencio.
Ahora el sol me da palmadas en la espalda y yo me doy la vuelta. Imposible perderme este súbito incendio despertando la tierra. Me detengo y admiro largamente esta belleza que me llena de vida.
Sigo andando tranquila. Mi destino me espera al final del sendero, siempre entre los encinares.
Y de repente el valle se me muestra abierto y generoso. Y allí a la izquierda la ermita de María, la ermita de mi infancia, la ermita humilde y blanca, la casa de María acogedora y dulce, como siempre.
La puerta está aún cerrada. No importa, me siento en el umbral hasta que llegue alguien. Decorado irrepetible, soledad luminosa. La Palabra resuena mejor que nunca, al fondo de mí misma.
Cuando llega mi hermana ya hemos hablado largo… Luego llegan los otros, emigrantes que vienen desde tantos lugares, para unirnos gozosos en nuestra acción de gracias. Y la Virgen nos mira como Madre de todos.
Al final de la Misa mi hermana fervorosa entona la Salve popular. Y todos la seguimos poniendo el corazón en cada nota y en cada palabra porque es la despedida. ¡Y cómo acoge el valle este canto sencillo¡
No sabría marcharme de mi pueblo sin haber visitado a la Señora. Santa María de Gracia, mi patrona. Siempre dejo ante Ella mi “aventura siguiente”.